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jueves, 4 de julio de 2013

JUEVES FILOSÓFICO - ENTREVISTA


Entrevista a Gustavo Bueno

“No existe la idea de Dios”
Gustavo Bueno, el filósofo español más importante de los últimos 40 años, acaba de publicar el libro La fe del ateo, en el que analiza el papel de las religiones en las sociedades

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«Ateo católico» y «ateo esencial». Como se lo mire, Gustavo Bueno (Santo Domingo de la Calzada, España, 1924) sabe qué niega y por qué, cuando irrumpe con su libro La fe del ateo (Temas de Hoy, 2007) en tiempos en que las publicaciones sobre religión y ateísmo han tenido notable repercusión (recuérdense los escritos de Richard Dawkins, Sam Harris, Daniel Dennett, en lengua inglesa; y Fernando Savater o, más atrás Gonzalo Puente Ojea, en castellano). Pero Bueno, el mayor filósofo de lengua hispana de las últimas décadas, ha decidido hablar aquí no sólo de ateísmo sino de religión, y del papel que juega ésta en la escuela, la política, la moral, la ciencia, el arte, la televisión, el cine.

En un diálogo extenso y pletórico de conceptos, muchos de ellos polémicos, el autor del sistema conocido como «materialismo filosófico» se explayó sobre los temas de ésta, su nueva publicación, que sigue la estela de su obra maestra sobre filosofía de la religión: El animal divino.

(...)

–Diríamos entonces que no es que no exista Dios, sino que ni siquiera existe su idea…

–La idea de Dios no existe como tal, es una idea contradictoria cuya evidencia está ocultada por la simplicidad de las palabras: «Dios es el ser supremo», etc. Yo pongo un ejemplo de la geometría. El concepto de «decaedro regular» es una expresión que se dice fácilmente, y el que no está al tanto de geometría no advierte inconveniente ninguno, pues sabe que por ejemplo el dodecaedro es un poliedro de 12 caras iguales, y por tanto igual puede haber uno de 10 caras. Parece que no hay dificultad, pero los geómetras y los topógrafos saben que el decaedro regular es algo imposible, porque van en contra de las leyes de Euler. Algo similar pasaría con Dios. Aparentemente es una idea simple, pero encierra contradicciones. Según esto, la definición de ateísmo resulta ambigua, porque depende de a qué dios nos refiramos. Yo cito en el libro situaciones como las de los filósofos estoicos que se convertían al cristianismo en el siglo II. Éstos dicen: «Se nos llama ateos porque creemos en un solo dios». Son ateos de los dioses olímpicos. Por eso hay que distinguir clases de ateísmo. El ateísmo «óntico» se refiere a los dioses finitos, que son posibles, pero no son reales. Un dios como Zeus, un dios corpóreo que no es contradictorio, pero que basta con ir al Olimpo para ver que no hay tal dios. No plantea más que problemas empíricos, en cambio el ateísmo en el dios terciario plantea problemas filosóficos con respecto a la idea de ese ser supremo. No tendría sentido proclamar el ateísmo por bandera para «liberar a la humanidad», como sucede a veces con el Concilio Ateo que se celebró en Toledo. Esa utilización del ateísmo en general, sin discriminar, creyendo que ese supuesto ateísmo va a dar lugar a la salvación de la humanidad, es puro idealismo, que ni siquiera está a tono con cuestiones del marxismo, como bien lo planteó Lenin. Yo distingo también el ateísmo politeísta, monoteísta, ateísmo católico, ateísmo musulmán, ateísmo budista, ateísmo judío. El ejemplo es que cuando alguien que habla inglés mantiene el acento (el español, el alemán, el italiano). Aquí también: los ateos que se han desentendido de la idea de dios tradicional, tendrán el acento católico, musulmán, budista, pero son distintos entre sí, porque su negación no es independiente de aquello que niega. Diría que la propia idea de ateísmo es tan tardía como la idea de Dios.

(...)

–¿Qué se observa en la actualidad del clásico conflicto entre religiones y ciencia?

–A mi juicio no hay hoy en día un conflicto entre religión y la ciencia. Cuando lo hay, la Iglesia se repliega, porque ante cualquier descubrimiento científico, como pasó con el copernicanismo, y las razones son objetivas, la Iglesia se rinde y reinterpreta alegóricamente sus postulados. Incluso sabemos que hoy hay investigadores que, según dicen de un modo confuso, han hallado una urna funeraria donde están enterrados los huesos de Jesucristo. Este hecho, que parece que entra en contradicción completa con el dogma de la resurrección, ya que están los huesos enterrados en Jerusalén, ni siquiera compromete a los cristianos, pues éstos distinguen entre el Dios de la fe y el Dios de la ciencia, y esa doble verdad que recuerda la teoría del averroísmo, les basta para seguir adelante.


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