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lunes, 14 de abril de 2014

La percepción de la mujer según la Iglesia, Parte I

Por Agnódice de Atenas, Ecuador




Deidades y virus



Por Maubert Ávila, Montevideo-Uruguay

Para la Asociación Ateísta Ecuatoriana

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La pervivencia de los dioses se asemeja en mucho a la de los virus. Porque tanto las deidades como los referidos gérmenes submicroscópicos sólo sobreviven parasitando a sus huéspedes, y desaparecen si no logran afincarse en nuevos seres vivos. Los pretéritamente llamados "virus filtrables" lo hacen, según su tipo, en diversos hospederos animales, vegetales o bacterianos, apoderándose de las maquinarias genéticas de éstos para sus propios fines; en tanto, los dioses se incorporan enseñoreándose en la cabeza de los seres humanos, condicionando entonces las acciones sociales e individuales de los sujetos infectados y hasta las leyes y la estructura misma de sus sociedades, tal como la maquinaria celular colonizada por los virus se pone al servicio preferencial de la reproducción vírica. En el caso de ambos, considerando a los virus de las enfermedades humanas y a los dioses, el contagio de unos y otros se efectúa principalmente a través del contacto directo interhumano; y si el contagio viral surge sencillamente de la inmediatez física, la infección religiosa se procesa mediante la acción de la educación, tanto la formal en las escuelas confesionales y los centros de catequesis y otras instancias institucionales de adoctrinamiento, como también mediante la TV, el cine, los libros y demás medios de comunicación, así como en el propio núcleo básico familiar y el resto del entorno, tales los vínculos barriales o a través de las amistades, etc., es decir que las creencias en lo irreal se propagan horizontalmente y por distintos medios en el marco de las sociedades; pero además, si ciertos virus logran proyectarse verticalmente a través de las generaciones por la vía de incluirse en el caudal genético original de los padres rumbo a los hijos que éstos engendren, la fe en deidades y otras rémoras fantásticas logra su peculiar trasmisión vertical por acción de la supervivencia, preservación, reproducción e influjo de las tradiciones religiosas y supersticiosas sobre y en las generaciones posteriores. A la vez, las similitudes se extienden aún más allá del mecanismo de infección y el logro del dominio inmediato sobre los hospedadores habituales: por una parte, tanto dioses como virus se metamorfosean constantemente, logrando con ello superar las defensas -bien que transitoriamente-, en caso de las inmunitarias para la situación de las partículas infecciosas, sean de ADN o incluso de las aún más veleidosas y proteiformes, los retrovirus de ARN.
Virus de la influenza
De manera análoga, en el caso de la creencia en los entes sobrenaturales, ésta logra a veces resguardarse del descreimiento creciente incluso por un tiempo más o menos extenso, es decir que en ocasiones alcanza a protegerse de aquella incredulidad que tras repetidos desengaños pudiera ir ganando a los sufridos seguidores de las supersticiones mágico-religiosas. En el primer caso, el de carácter biológico, los virus emplean la vía rápida de la mutación; en el otro, el de índole social, los prejuicios religiosos se envasan bajo la aparentemente novedosa -sólo aparentemente-, la inédita forma ya sea de una nueva creencia o religión, o de una superstición, “novísima” a la vez que novelera, aunque en definitiva y más allá de engañosas apariencias no sean otra cosa que más de lo mismo, o esencialmente el mismo infecto vino viejo en odres nuevos; pero muchas veces estos meros disfraces igualmente alcanzan a atrapar desprevenidamente a las mentes desinformadas, inocentes e inadvertidas, muchas veces por haberse formado en el creciente clima de irracionalidad y milagrería que cunde en sectores enteros de la sociedad y se difunde con aparente naturalidad desde los medios principales de difusión y formación de opinión. Por otro lado, existen unas estrategias algo diferentes, pero enfiladas a similares objetivos, a las que apelan tanto las partículas infectivas de carácter biológico como los infectantes culturales: así, y del mismo modo en que, separados de su diana viva, los virus logran en ocasiones sobrevivir en un cierto estado de animación suspendida, preservados bajo forma cristalina hasta lograr enclavarse en una nueva víctima, por su parte los dioses logran a veces sobrevivir encapsulados en los registros de envejecidos textos autodenominados proféticos y en referentes materiales como pueden serlo añejos objetos y supuestas reliquias con pretensión sagrada, así como principalmente en los errados testimonios evocadores anidados en el reservorio infeccioso de algunas provectas instituciones memoriosas –las que quizás en ocasiones puedan hallarse interesadas en emplear la fe en aras de inconfesados objetivos propios-, de manera tal que de todos modos se preservan disponibles esos diosecillos y prácticas mágicas siempre prestos a reanimarse tan pronto como reciban cierta rehidratación vivificante toda vez que algunos humanos incautos se transformen en vectores de reinfección tan pronto como los asuman desprevenidamente, adorándolos como si fueran divinidades reales y vigentes.

Y si no, basta ver cómo hoy en día muchísimos cultores y mercaderes de las tendencias religiosas New Age incorporan de modo sincrético, pero antes que nada improvisadamente y de manera harto desordenada, desinformada y sobre todo acrítica, ecléctica e irresponsablemente, las más heterogéneas formas remozadas de las viejas creencias otrora pertenecientes a culturas antiguas y ya desaparecidas. Se exhuma y resucita así tanto a gnomos, duendes, ángeles, dríadas y otras supuestas entidades sobrenaturales, tal como también se reviven matusalénicos mecanismos esotéricos y desvencijados elementos imaginarios tales como la reencarnación kármica o su versión posterior de la metempsicosis, o la pretendida regresión a vidas pasadas, u otras igualmente pretenciosas variantes parapsicológicas, cuando no mezcladas caprichosamente con cosas tan dispares como la gemoterapia, las esquivas virtudes homeopáticas, el feng shui, los chakras y los canales energéticos, el reiki y la imposición de manos, o ya sea apelando al recurso del espiritismo, de la meditación trascendental y el “método Silva” o la autoayuda, cuando no son las artes adivinatorias mediante el horóscopo, los buzios, el tarot, la lectura de manos o del poso del café o de las runas, tanto como incluyendo la hipotética sabiduría preternatural de los extintos mayas o la de los chamanes supervivientes -por nombrar sólo unos pocos ejemplos, a los que podrían agregarse cosas tales como la creencia en los extraterrestres mesiánicos, o las reverdecidas sectas religiosas de los más variados tipos y para todos los gustos-. Todo lo antedicho y mucho más se amontona, entremezcla y compite por ganar nuevas franjas de mercado. Por supuesto que el florecimiento apresurado de todas estas vertientes irracionalistas sucede de un modo contradictorio y caprichoso; y la masa enorme de variopintas e improvisadas creencias, en definitiva persigue afincarse de manera tan irresponsable como cursi y aviesa en los cerebros desorientados de los “neocreyentes” reclutados, con lo cual el virus de los viejos prejuicios, ahora injertado con otras recientes invenciones –cual el fluido, oportunista intercambio y fusión de genes que efectúan los seres microscópicos- renueva por ello la virulencia y la morbilidad de la infección ideológica y sus consecuentes dolencias, de las cuales las creencias irracionales y toda la infraestructura montada para difundirlas son el claro agente etiológico.

Pero no todo es negativo en el paralelismo entre ambas amenazas –las divinidades y demás creencias sobrenaturales por un lado y los virus de índole biológica por el otro-. Las dos, resultan ser objetivamente comprometedoras para la salud física, psíquica y social de los hombres, las mujeres y las sociedades que todos éstos componen: pero –y es éste un “pero” muy significativo - tanto virus como deidades y otras fantasías supernaturales también se asemejan en la forma en que contra ambos se logra, en algunas oportunidades, superar la infección y las enfermedades que ambos causan: si se sobrellevan y vencen las dolencias de etiología vírica, en muchos casos se alcanza un estado de inmunidad adquirida en el ex-enfermo; y a la vez, cuando se logra dejar atrás las anteriores y desgastadas creencias, en muchos casos se incorpora ya no sólo cierta resistencia frente a la antigua fe que se abandona, sino también ante nuevas pero similares amenazas de infección por parte de eventuales prejuicios religiosos novedosos y más en general ante las nuevas/viejas supersticiones. Todo ocurre un poco al estilo de la eficiente acción protectora que obró en manos del observador y reflexivo Edward Jenner la banal “viruela boba” del ganado bovino, causante por entonces de una inofensiva enfermedad virósica en las peonas de lechería, que curiosamente parecía hacerlas resistentes a la peste tras haber contraído aquella pasajera y benigna enfermedad, el “cow-pox” de los vacunos. Lograba así el sabio inglés al iniciarse el siglo XIX prevenir males mayores mediante la oportuna aplicación del germen de origen animal en las personas sanas, pero ahora bajo la nueva forma de “vacuna”, preventivamente beneficiosa contra la nefasta acción de la por lo demás muy similar viruela humana... Mutatis mutandis, el creyente en situación de crisis de fe, si logra la verificación suficiente y oportuna de la inanidad y el carácter finalmente dañino de una cierta religión o de otra superchería mística, tal nuevo estado de cosas puede obrar en dicho ex-creyente el efecto de efectivo inmunizante escéptico contra prejuicios irracionales análogos, a condición de que la persona logre conceptualizar la generalización de su experiencia, y comenzar entonces a confiar más en las fuerzas y los recursos de la realidad, en vez de continuar apoyándose en pretendidas muletas invisibles y en inútiles bastones imaginarios.



Saramago, humano



Por Diego Maenza, Ecuador


Las novelas que más peso tienen en el conjunto de la obra de José Saramago son a mi parecer El evangelio según Jesucristo Ensayo sobre la ceguera. En la primera, el portugués hace gala de una reflexión profunda acerca de la vida de Jesús de Nazareth y con una visión crítica lo obliga a transitar por los parajes de Galilea y Jerusalén, lo acerca a la prostituta María de Magdala en cuyos sudores encuentra de cierto modo un asidero y un templo de expiación, lo hace caminar a paso lento por las riberas del Jordán y le enseña a pescar en sus aguas como lo hiciera el ficticio Jesús bíblico. Y lo más importante es que lo sume en el fango profundo de la culpa y las pasiones. El mérito de Saramago consiste en volver humano al Dios. Jesús no es el mártir que en nombre de una hipotética divinidad aboga por la salvación de los hombres, sino el animal pensante que, pese a entregarse en sacrificio al capricho divino, cuestiona el supuesto orden que se le asigna, lo indaga, y lo circunda con una meditación de tintes por demás humanos. 

La segunda obra aludida, Ensayo sobre la ceguera, nos conecta a la contemporaneidad, un mundo que se rige por una escala de valores supeditada al egoísmo de la especie; y el autor lo hace por medio de una fabulación de connotaciones filosóficas. El trasfondo de la novela nos demuestra que el ser humano en su afán de libertad desmedida, puede volcar hacia las más bajas debilidades, la sinrazón y la muerte.

De la misma forma que en El evangelio según Jesucristo Saramago aborda los libros bíblicos del Nuevo Testamento, en Caín, nouvelle escrita en sus últimos años de vida, el escritor trastoca la historia de las páginas del Pentateuco para enfocar su visión en la vida del proscrito hijo de Adán.

Caín y Abel, óleo sobre lienzo de Pietro Novelli


Me interesa analizar aquí esta novela porque indaga en temas relacionados directamente con la tradición religiosa judeocristiana, quizá en los asuntos más espinosos. Estéticamente Caín no es una novela perfecta, a diferencia de El evangelio... y eso se nota con una lectura atenta y en el contexto de todo su trabajo narrativo. Por el estilo discursivo de Saramago, cuyas frases extensas y adosadas de disquisiciones dominan la narración, resulta un poco forzoso hacerla encajar en el andamiaje estructural y segmentario de una novela corta tal como la previó el portugués. El mismo problema de estilo lo hallamos en sus cuentos. Para Borges, como afirman algunos, hubiese sido insostenible perpetrar una novela de largo aliento debido a su estilo aforístico. Para Saramago, resulta difícil mantener una ilación permanente en obras cortas sin que no se note su tono artificial, salvo una excepción: El cuento de la isla desconocida, que por lo demás es un relato largo. 

De esta manera Caín se perfila como una novela que busca dominio en el campo del estilo y también en el del contenido, aunque prevaleciendo levemente éste último aspecto sobre el primero, sin romper la maestría escritural del autor ni ir en detrimento de ésta. Pero si algo debemos alabar en Caín técnicamente, es la ejecución en la forma, llevada con paciencia e inteligencia hacia un final concluyente y por lo tanto sorpresivo. Caín tampoco es un panfleto ateo, como insinúan con pretensiones de originalidad sus múltiples detractores. Es una novela cuestionadora que arremete contra los dogmas impuestos por el orden espiritual vigente y que modifica los planteamientos religiosos que se presentan como pautas axiomáticas acomodándolos a una postura que linda con las más elevadas formas del razonamiento. 

La trama no es complicada, pero muy original. Caín, al haber asesinado a su hermano, es condenado a errar por diversos espacios y épocas. En su travesía se topa con personajes que son icónicos en la mitología judeocristiana. Pero con quien batalla en permanente debate es con Dios. El objetivo supremo del desterrado es vencerlo. Un ser sufrido como pocos comprende sin ningún tipo de esfuerzo que un Dios que obliga que lo amen es una divinidad caprichosa. Es un Dios que no merece la vida. De esta forma Caín empieza a emprender su jugada maestra. Para asesinar a Dios, Caín decide matar a los hombres. Saramago desemboca en una cavilación básica: sin ser humano no hay dioses. Y a acabar con la humanidad (con Dios) se dedica Caín dentro del arca de Noé, uno de los lugares al que lo conduce su errancia. 

Caín no llega a ser un panfleto ateo, por el contrario, sus abundantes dotes de invención y su profusa reflexión acerca de la existencia de un dios que por sus actuaciones resulta más inverosímil que el menos dotado de los individuos, un ser colérico y caprichoso al más puro estilo de las enseñanzas bíblicas, nos plantea la necesidad de enfrentarnos a quienes a diario nos señalan (nos marcan) induciéndonos a la desunión, la parálisis y al estigma en nombre de la invención más terrible y absurda que han abortado las neuronas. 

Caín nos enseña que hay que combatir la ignorancia. No con golpes, ni con insultos, sino con el martillo de la razón, con las estratagemas adecuadas para matar al imaginario de Dios que está incrustado, !ay humanidad, esta es la verdadera cisticercosis!, en las cabezas de los hombres. 

Para el lector pacato este tipo de escritura desbordará en la herejía y lo incomodará, haciendo que se oville sobre sí mismo como un quilópodo cuando siente los duros pasos de la razón. Para el lector atento aportará una fuente vasta de reflexiones y una ventana hacia un pensar que ha permanecido oculto y mancillado por culpa de quienes detentan el poder y las supuestas verdades ineluctables. Finalmente, para el lector heterodoxo, ese que siempre pretende avizorar nuevos espacios tanto narrativos y artísticos como del conocimiento, Caín le dará la satisfacción de una obra que engrana perfectamente el pensamiento crítico, la imaginación, el humor refinado y la entrega absoluta a una moral despojada de dogmas que debería guiarnos en cada accionar, todo esto contado por una voz llena de ironía pero sobre todo con un inmenso peso de sentido humano. 

Saramago nos ha mostrado que todos somos como el oscuro hijo de Eva, que llevamos dentro a un inconforme, y que es necesario mostrar permanentemente las verdades para acabar de una vez por todas con las “mentiras religiosas” que es como decir “doble mentira”.