Por Diego Maenza,
Ecuador
El mundo entero se ha escandalizado por lo que está aconteciendo en Nigeria, y con justeza, pues somos humanos y está dentro del marco de nuestra razón reaccionar por lo que les sucede a nuestros hermanos o hermanas. Que uso terminología religiosa, espiritual, cristiana, pacata, alegarán los más osados, quienes son los más propensos a determinar y juzgar la conducta del común de los mortales, pero qué mejor forma de utilizar a la misma religión para ir en su contra.
Por ejemplo: Hace algunos meses conocí a un extraño individuo de ideas extravagantes. Un completo escéptico. El extraño caso del lobo solitario, un ateo confeso descarriado de su comunidad. En fin, un ateo a la vieja usanza. El tipo vendía libros, y me extrañó que anduviese promocionando una Biblia. Le inquirí sobre el asunto. Frunció el entrecejo con algo de desidia, como si la frase que estuviera a punto de pronunciar la hubiese repetido un millón de veces, a manera de justificación sabiendo que no le debía ninguna explicación a nadie. No obstante, exclamó: “Vendo la Biblia del hoy, mi querido amigo, para escupir el libro sagrado del mañana.”
Dejo la digresión a un lado.
Grupúsculos fundamentalistas como Boko Haram han existido siempre. Que la religión por la que secuestren, torturen, violen y asesinen tenga un nombre diferente que el de hace seiscientos años no cambia el hecho de que sus motivaciones están sustentadas en una creencia absurda y peligrosa.
Según las declaraciones de uno de sus líderes, su ideología rechaza el hecho de la evolución y considera (porque lo dice su sagrado texto) que la Tierra es plana. Aquí cabe la irónica pregunta: ¿Les suena conocido?
La sharia (famosa en nuestro medio como ley musulmana), que podría parangonarse con las leyes cristianas que regían Europa durante la Edad Media, es usada por Boko Haram como una patente de corso espiritual para justificar sus persecuciones, es un moderno Malleus Maleficarum para excusar su violencia contra las niñas y jóvenes secuestradas.
Pero esta analogía no resulta gratuita si contextualizamos la situación mediante el siguiente interrogante:
¿Cómo fue que la religión de la cruz llegó a ser lo que es hoy? Pues a través de la sangre y el terror. Toda religión que se precie de serlo no anda con medias tintas, no deja vivos a los herejes.
El propósito de empañar al mundo con el virus de la religión islámica no es para nada diferente a las cruzadas católicas, sucesos en donde no importan los muertos ni los actos violentos si los justifica un credo.
Los edictos de muerte a tantos intelectuales por parte de autoridades islámicas no se diferencian en nada a los que en su tiempo asesinaron a genios como Giordano Bruno o mortificaron a Galileo Galilei. De esta forma, la fatua que condena a muerte a Salman Rushdie y pone precio a su cabeza, y lleva a los tribunales a Oriana Fallaci, o que debido a la intolerancia que es azuzada por esas leyes apuñala a Theo van Gogh, no es cosa nueva para occidente, sino un déjà vú que no le gusta sentir.
Lo que expresa el Corán acerca de la mujer difiere en poco a lo que indica la Biblia.
Que a una mujer se la ahorque por abandonar dicha fe, que a otra se la flagele públicamente por haberle dado un beso a la mejilla a un amigo, o que muchas deban soportar abusos físicos porque un maldito libro lo dictamina son hechos simplemente inconcebibles para alguien que esté en sus cabales.
La Iglesia condenó a la hoguera a millones de mujeres acusándolas de hechicería y satanismo, en nombre del Todopoderoso. Hoy el grupo extremista islámico viola y tortura niñas en el nombre de ese mismo inexistente ser.
Objetarán que la comparación que hago es muy arriesgada, teniendo en cuenta que los procedimientos inquisitoriales de Boko Haram no se encuentran institucionalizados; sin embargo, constituye un ejemplo de lo que la religión es cuando las creencias extremas oscurecen la razón de quienes la profesan. Además no hay que olvidar que en muchos estados la sharia ha sido instituida formalmente como ley, y que por lo tanto rige el proceder político de sus dirigentes.
Las potencias occidentales, en su desespero por lavarse las manos, vinculan a estos asesinos con Al Qaeda. Pero cómo creer en sus intenciones si su doblez llega a tal extremo que, mientras anuncian su rechazo a la violencia en Nigeria, apoyan y arman a insurrectos sirios que también pertenecen a Al Qaeda. Sin mencionar que han sido los mismos estadounidenses y sus aliados de la OTAN los que en un momento propicio para su paranoia expansionista y sus intereses geoestratégicos dieron la oportunidad a Boko Haram de acceder a armamento letal.
El Vaticano, con la hipocresía que lo caracteriza, ha condenado este tipo de violencia. Pero el actual Papa, hombre mediatizado por el aparataje eclesial para intentar recuperar el prestigio que alguna vez creyeron tener ante los ojos del mundo, no ha hecho absolutamente nada (a más de su populista discurso) para detener precisamente el abuso a menores que cometen hombres de sus filas, y mucho menos para impedir el sometimiento de la mujer, la discriminación por preferencias sexuales y la intolerancia desde cualquiera de sus aristas.
Con qué moral la Iglesia Católica condena estos hechos si posee un prontuario inacabable de sucesos espantosos y despreciables como el que miles de niños y niñas hayan sido abusados por los puercos pedófilos de sus sacerdotes. Con qué moral se atreve a abrir sus fauces apestosas si durante tres siglos quemó a casi cinco millones de mujeres procesadas por brujería. ¡Imagínense, por brujería, qué cosa tan absurda!
Antes se llamó Inquisición y añadían, en lo que hoy nos parece una expresión que conlleva a la hilaridad, esta suntuosa palabra: SANTA.
Antes se llamó Santa inquisición, decía, y hoy se llama sharia. Antes le llamaban Yahvé, hoy lo denominan Alá.
Harold Bloom, en su descomunal ensayo “El canon Occidental”, nos incita a conocer a fondo el Corán ya que a percepción del crítico literario es un libro que tendrá una gran influencia en nuestro futuro. Ojalá (palabra que significa “Dios lo quiera”) Dios no lo quiera. O para expresarlo de una forma menos paradójica: que los hombres que dan vida a ese dios o dioses, no lo quieran.
Aunque las acciones de Boko Haram nos resten la esperanza, aun confiamos en la razón humana.
Vuelvo a mi digresión anterior.
Quizá todos deberíamos vender la Biblia y también el Corán, no físicamente desde luego (no pretendo que se sumen al execrable negocio de la religión). Me refiero, por supuesto, a que debemos perfeccionar lo que hemos hecho siempre: ir en contra de los dogmas, y qué mejor manera de ejecutar este propósito que poniendo como utillaje a nuestro servicio sus mismos textos intocables, como quien extrae el veneno de la serpiente para preparar un antídoto que nos salve.
Y entonces todos y todas “vendamos” la Biblia o el Corán del hoy, para escupir y quemar el pernicioso y detestable libro sagrado del mañana.
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