Hay adoradores de la muerte: y la tierra está llena de seres a quien hay que predicar
que se alejen de la vida.
Llena está la tierra de superfluos, corrompida está la vida por los demasiados. ¡Ojalá los
saque alguien de esta vida con el atractivo de la «vida eterna»!
«Amarillos»: así se llama a los predicadores de la muerte, o «negros». Pero yo quiero
mostrároslos todavía con otros colores.
Ahí están los seres terribles, que llevan dentro de sí el animal de presa y no pueden ele-
gir más que o placeres o autolaceración. E incluso sus placeres continúan siendo autola-
ceración.
Aún no han llegado ni siquiera a ser hombres, esos seres terribles: ¡ojalá prediquen el
abandono de la vida y ellos mismos se vayan a la otra!.
Ahí están los tuberculosos del alma: apenas han nacido y ya han comenzado a morir, y
anhelan doctrinas de fatiga y de renuncia.
¡Querrían estar muertos, y nosotros deberíamos aprobar su voluntad! ¡Guardémonos de
resucitar a esos muertos y de lastimar a esos ataúdes vivientes!
Si encuentran un enfermo, o un anciano, o un cadáver, enseguida dicen: «¡la vida está
refutada!»
Pero sólo están refutados ellos, y sus ojos, que no ven más que un solo rostro en la exis-
tencia.
Envueltos en espesa melancolía, y ávidos de los pequeños incidentes que ocasionan la
muerte: así es como aguardan, con los dientes apretados.
O: extienden la mano hacia las confituras y, al hacerlo, se burlan de su niñería: penden
de esa caña de paja que es su vida y se burlan de seguir todavía pendientes de una caña de
paja
Su sabiduría dice: «¡tonto es el que continúa viviendo, mas también nosotros somos así
de tontos! ¡Y ésta es la cosa más tonta en la vida!» -
«La vida no es más que sufrimiento» - esto dicen otros, y no mienten: ¡así, pues, procu-
rad acabar vosotros! ¡Así, pues, procurad que acabe esa vida que no es más que sufri-
miento!
Y diga así la enseñanza de vuestra virtud: «¡tú debes matarte a ti mismo! ¡Tú debes qui-
tarte de en medio a ti mismo!» –
«La voluptuosidad es pecado, - así dicen los unos, que predican la muerte - ¡apartémo-
nos y no engendremos hijos!»
«Dar a luz es cosa ardua, - dicen los otros - ¿para qué dar a luz? ¡No se da a luz más
que seres desgraciados!» Y también éstos son predicadores de la muerte.
«Compasión es lo que hace falta - así dicen los terceros. ¡Tomad lo que yo tengo! ¡To-
mad lo que yo soy! ¡Tanto menos me atará así la vida!»
Si fueran compasivos de verdad, quitarían a sus prójimos el gusto de la vida. Ser mal-
vados - ésa sería su verdadera bondad.
Pero ellos quieren librarse de la vida: ¡qué les importa el que, con sus cadenas y sus re-
galos, aten a otros más fuertemente todavía! -
Y también vosotros, para quienes la vida es trabajo salvaje e inquietud: ¿no estáis muy
cansados de la vida? ¿No estáis muy maduros para la predicación de la muerte?
Todos vosotros que amáis el trabajo salvaje y lo rápido, nuevo, extraño, - os soportáis
mal a vosotros mismos, vuestra diligencia es huida y voluntad de olvidarse a sí mismo.
Si creyeseis más en la vida, os lanzaríais menos al instante. ¡Pero no tenéis en vosotros
bastante contenido para la espera - y ni siquiera para la pereza!
Por todas partes resuena la voz de quienes predican la muerte: y la tierra está llena de
seres a quienes hay que predicar la muerte.
O «la vida eterna»: para mí es lo mismo, - ¡con tal de que se marchen pronto a ella!
Así habló Zaratustra.
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