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lunes, 14 de abril de 2014

Saramago, humano



Por Diego Maenza, Ecuador


Las novelas que más peso tienen en el conjunto de la obra de José Saramago son a mi parecer El evangelio según Jesucristo Ensayo sobre la ceguera. En la primera, el portugués hace gala de una reflexión profunda acerca de la vida de Jesús de Nazareth y con una visión crítica lo obliga a transitar por los parajes de Galilea y Jerusalén, lo acerca a la prostituta María de Magdala en cuyos sudores encuentra de cierto modo un asidero y un templo de expiación, lo hace caminar a paso lento por las riberas del Jordán y le enseña a pescar en sus aguas como lo hiciera el ficticio Jesús bíblico. Y lo más importante es que lo sume en el fango profundo de la culpa y las pasiones. El mérito de Saramago consiste en volver humano al Dios. Jesús no es el mártir que en nombre de una hipotética divinidad aboga por la salvación de los hombres, sino el animal pensante que, pese a entregarse en sacrificio al capricho divino, cuestiona el supuesto orden que se le asigna, lo indaga, y lo circunda con una meditación de tintes por demás humanos. 

La segunda obra aludida, Ensayo sobre la ceguera, nos conecta a la contemporaneidad, un mundo que se rige por una escala de valores supeditada al egoísmo de la especie; y el autor lo hace por medio de una fabulación de connotaciones filosóficas. El trasfondo de la novela nos demuestra que el ser humano en su afán de libertad desmedida, puede volcar hacia las más bajas debilidades, la sinrazón y la muerte.

De la misma forma que en El evangelio según Jesucristo Saramago aborda los libros bíblicos del Nuevo Testamento, en Caín, nouvelle escrita en sus últimos años de vida, el escritor trastoca la historia de las páginas del Pentateuco para enfocar su visión en la vida del proscrito hijo de Adán.

Caín y Abel, óleo sobre lienzo de Pietro Novelli


Me interesa analizar aquí esta novela porque indaga en temas relacionados directamente con la tradición religiosa judeocristiana, quizá en los asuntos más espinosos. Estéticamente Caín no es una novela perfecta, a diferencia de El evangelio... y eso se nota con una lectura atenta y en el contexto de todo su trabajo narrativo. Por el estilo discursivo de Saramago, cuyas frases extensas y adosadas de disquisiciones dominan la narración, resulta un poco forzoso hacerla encajar en el andamiaje estructural y segmentario de una novela corta tal como la previó el portugués. El mismo problema de estilo lo hallamos en sus cuentos. Para Borges, como afirman algunos, hubiese sido insostenible perpetrar una novela de largo aliento debido a su estilo aforístico. Para Saramago, resulta difícil mantener una ilación permanente en obras cortas sin que no se note su tono artificial, salvo una excepción: El cuento de la isla desconocida, que por lo demás es un relato largo. 

De esta manera Caín se perfila como una novela que busca dominio en el campo del estilo y también en el del contenido, aunque prevaleciendo levemente éste último aspecto sobre el primero, sin romper la maestría escritural del autor ni ir en detrimento de ésta. Pero si algo debemos alabar en Caín técnicamente, es la ejecución en la forma, llevada con paciencia e inteligencia hacia un final concluyente y por lo tanto sorpresivo. Caín tampoco es un panfleto ateo, como insinúan con pretensiones de originalidad sus múltiples detractores. Es una novela cuestionadora que arremete contra los dogmas impuestos por el orden espiritual vigente y que modifica los planteamientos religiosos que se presentan como pautas axiomáticas acomodándolos a una postura que linda con las más elevadas formas del razonamiento. 

La trama no es complicada, pero muy original. Caín, al haber asesinado a su hermano, es condenado a errar por diversos espacios y épocas. En su travesía se topa con personajes que son icónicos en la mitología judeocristiana. Pero con quien batalla en permanente debate es con Dios. El objetivo supremo del desterrado es vencerlo. Un ser sufrido como pocos comprende sin ningún tipo de esfuerzo que un Dios que obliga que lo amen es una divinidad caprichosa. Es un Dios que no merece la vida. De esta forma Caín empieza a emprender su jugada maestra. Para asesinar a Dios, Caín decide matar a los hombres. Saramago desemboca en una cavilación básica: sin ser humano no hay dioses. Y a acabar con la humanidad (con Dios) se dedica Caín dentro del arca de Noé, uno de los lugares al que lo conduce su errancia. 

Caín no llega a ser un panfleto ateo, por el contrario, sus abundantes dotes de invención y su profusa reflexión acerca de la existencia de un dios que por sus actuaciones resulta más inverosímil que el menos dotado de los individuos, un ser colérico y caprichoso al más puro estilo de las enseñanzas bíblicas, nos plantea la necesidad de enfrentarnos a quienes a diario nos señalan (nos marcan) induciéndonos a la desunión, la parálisis y al estigma en nombre de la invención más terrible y absurda que han abortado las neuronas. 

Caín nos enseña que hay que combatir la ignorancia. No con golpes, ni con insultos, sino con el martillo de la razón, con las estratagemas adecuadas para matar al imaginario de Dios que está incrustado, !ay humanidad, esta es la verdadera cisticercosis!, en las cabezas de los hombres. 

Para el lector pacato este tipo de escritura desbordará en la herejía y lo incomodará, haciendo que se oville sobre sí mismo como un quilópodo cuando siente los duros pasos de la razón. Para el lector atento aportará una fuente vasta de reflexiones y una ventana hacia un pensar que ha permanecido oculto y mancillado por culpa de quienes detentan el poder y las supuestas verdades ineluctables. Finalmente, para el lector heterodoxo, ese que siempre pretende avizorar nuevos espacios tanto narrativos y artísticos como del conocimiento, Caín le dará la satisfacción de una obra que engrana perfectamente el pensamiento crítico, la imaginación, el humor refinado y la entrega absoluta a una moral despojada de dogmas que debería guiarnos en cada accionar, todo esto contado por una voz llena de ironía pero sobre todo con un inmenso peso de sentido humano. 

Saramago nos ha mostrado que todos somos como el oscuro hijo de Eva, que llevamos dentro a un inconforme, y que es necesario mostrar permanentemente las verdades para acabar de una vez por todas con las “mentiras religiosas” que es como decir “doble mentira”.

1 comentario:

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